23 mayo 2014


Las cinco de la tarde

Te quiero yo
y tú a mí, 
somos una familia felizzzzzzzzzzz.


La TV vibra al compas de los saltos de Barny. Lo demás es sombra. El mundo se ha condensado entre cuatro paredes. Un universo oscuro y denso. Tan denso que duele. Nada huele a caramelo y a torradas. El agrio olor de la soledad impregna el ambiente y la perfuma de silencios.

Y a Barny no le importa, sigue entonando.






Te quiero yo, 
y tú a mí, 
somos una familia felizzzzzzzzzzz


Su cabeza muta en una calesita de caballitos de madera. Solo caballitos que giran y giran porque son felices como dice Barny. Ella no quiere bajarse de la calesita, es demasiado dulce la sensación de felicidad. Sin embargo, el peso del presente la empuja al sillón, con la crueldad de las cosas sin nombre.

Marcos brillantes con algo de polvillo sostienen rostros amados. El universo que se formó a su alrededor puja por escapar desde el visillo de la puerta. Ella, trata, solo trata de retenerlo. Pero él quiere el afuera donde rugen otras vidas con otras fuerzas.


Te quiero yo, 
y tú a mí, 
somos una familia felizzzzzzzzzzz


Un brazo rosa se atreve a salir de la pantalla. Es Barny. Ella mira el reloj. Son las cinco de la tarde. No hay plaza, ni arna, ni tan solo una taza de chocolatada. Ni siquiera una galletita.

Un crespón se dibuja en las líneas de su rostro. Y se deja abrazar por esa virtual imagen de peluche mientras oye:


con un fuerte abrazo 
y un beso te diré 
mi cariño es para ti.


Después ella, desde el sondeo de lo esencial, mira la TV con un solo ojo, mientras que con el otro, espera. Espera que la mujer de trapo y huesos, le indique el instante exacto de cerrarlos.





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