Las cinco de la tarde
Te quiero yo
y tú a mí,
somos una familia felizzzzzzzzzzz.
y tú a mí,
somos una familia felizzzzzzzzzzz.
La
TV vibra al compas de los saltos de Barny. Lo demás es sombra. El mundo se ha
condensado entre cuatro paredes. Un universo oscuro y denso. Tan denso que
duele. Nada huele a caramelo y a torradas. El agrio olor de la soledad impregna
el ambiente y la perfuma de silencios.
Y
a Barny no le importa, sigue entonando.
Te quiero yo,
y tú a mí,
somos una familia felizzzzzzzzzzz
y tú a mí,
somos una familia felizzzzzzzzzzz
Su
cabeza muta en una calesita de caballitos de madera. Solo caballitos que giran
y giran porque son felices como dice Barny. Ella no quiere bajarse de la
calesita, es demasiado dulce la sensación de felicidad. Sin embargo, el peso
del presente la empuja al sillón, con la crueldad de las cosas sin nombre.
Marcos
brillantes con algo de polvillo sostienen rostros amados. El universo que se
formó a su alrededor puja por escapar desde el visillo de la puerta. Ella,
trata, solo trata de retenerlo. Pero él quiere el afuera donde rugen otras
vidas con otras fuerzas.
Te quiero yo,
y tú a mí,
somos una familia felizzzzzzzzzzz
y tú a mí,
somos una familia felizzzzzzzzzzz
Un
brazo rosa se atreve a salir de la pantalla. Es Barny. Ella mira el reloj. Son
las cinco de la tarde. No hay plaza, ni arna, ni tan solo una taza de
chocolatada. Ni siquiera una galletita.
Un
crespón se dibuja en las líneas de su rostro. Y se deja abrazar por esa virtual
imagen de peluche mientras oye:
con un fuerte abrazo
y un beso te diré
mi cariño es para ti.
Después
ella, desde el sondeo de lo esencial, mira la TV con un solo ojo, mientras que
con el otro, espera. Espera que la mujer de trapo y huesos, le indique el
instante exacto de cerrarlos.
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